Fueron unos amantes apasionados, intensos en el abrazo pero breves en el tiempo. La Natividad mitológica está en ellos, miles de años anteriores a aquellos de Belén que el cristianismo os invita a glorificar en estas fechas. Fueron Nut y Geb, impertérritos enamorados antes del principio de los tiempos, pero separados por Shu, el dios del aire en Heliópolis. Por eso, con la piel bañada en lágrimas, Geb clamaba al infinito. Tanto que su mano se transformó en piedra, y su rodilla levantada se trocó en montaña. Ausente de los secretos corpóreos de Nut, él sólo podía llorar. Los dioses supieron que su piel se convertía en dureza con la luz del día, y su lengua, y sus ojos, que antes del inicio de las épocas eran como la espuma en el nadir.
Geb prefería la noche, cuando escondía entre sus rodillas al astro Sol y su apasionada Nut descendía hasta él para hacerle el amor [miles de años antes de que el Niño hubiera nacido], cuando conformaba un ovillo con Nut que flotaba en el infinito, envueltos en su propio Caos, pero siempre unidos. Porque ellos eran el mundo y las horas.
Pero Nut se debía a Ra, su esposo y su dios irascible, quien decretó que ella no podría parir durante los 360 días del año de Heliópolis, y mandó al aire que los separara bruscamente para que no pudieran estar unidos. De este modo, Geb fue relegado a permanecer tumbado en el suelo, y Nut obligada a arquearse sobre la tierra. Shu, el aire, se situó entre ambos. Desdichada, Nut pidió la ayuda de Thot, el dios de la Sabiduría, quien robó parte de la luz de la Luna para crear cinco nuevos días, e hizo así que el año tuviera 365 días. Cinco durante los cuales Geb y Nut pudieron ser unos amantes apasionados, intensos en el abrazo pero breves en el tiempo.
Desde entonces, acaso tú también habrás observado a Nut cuando alzas la mirada hacia el nadir en estas fechas, porque ella nunca se oculta, pero quizás no la hayas visto completa, en su total desnudez, porque su desnudez total es algo que sólo intuye el ciego, el mendicante, el feto en el seño de la madre. Si un día tú pretendes abrir enteramente los ojos para contemplar sus secretos, se ocultará a tu mirada y cegará tus retinas.
Sin embargo, Geb la conoce y la tienta, pues sabe algo que tú nunca has adivinado: que la envidia y los celos les acechan en el infinito donde moran, desde que rodaron en el espacio sobre el maremagnum de asteroides. Y que ambas se introdujeron en sus cuerpos como una cuña en la madera.
Geb recuerda que posó sus manos sobre el vientre de Nut y la apartó de él, llevándola fuera de su alcance. Y la levantó. Y luchó largo tiempo con la envidia para defender a su mujer. Pero fue vencido y por eso llora.
Ahora el único contacto con su cuerpo son las uñas de sus manos y de sus pies. Y él se lamenta porque ha dejado de ser el Caos. Porque Nut y Geb son ahora el Cielo y la Tierra.