domingo, 29 de junio de 2008




Sucede, cuando alcanzas la edad del no retorno, que has de protegerte de los sentimientos que amenazan con desbordar tus límites, de las situaciones al margen que a nada conducen, o quizás únicamente al desconsuelo. Que debes cubrirte y, sin esconder el presente, evitar los momentos de esperanza. Porque la esperanza es imposible.
Aléjate de la fanfarria, nunca más aceptes ser tentado por ella, por los festejos nocturnos que arruinan tu templanza. Protege tu dolor entre sábanas blancas, sueña que no sueñas o, aún más adecuado, sueña que en tu sueño nunca volverá a estar ella, la prohibida, la inalcanzable. Sumerge la imaginación de tu duermevela en paisajes que nunca has conocido, incluso en mujeres que fueron y hoy quizás aún te mencionen [seguramente en calma], no sueñes lo que al despertar recuerdes. Evita ese tormento.
Y cada día, en el trabajo, ocúltate de una palabra, no tientes a tu mirada, porque tu infierno te acecha, el infierno de tu edad y tu figura, contra el que nada puedes. Ten conciencia de todo lo que sucede a tu alrededor y de que aquello que pretendes que ocurra, es imposible.
Has alcanzado la edad del no retorno. En ella te encuentras solo, lo sabes, solo y desamado. No aprendas a vivir con este lastre, sino a erguirte con toda dignidad. Aunque la indiferencia que necesitas y el olvido al que habrías de llegar sean hoy tan inciertos como el tiempo que te resta hasta la marcha.

Fotografía
Con Margarita Xirgu, exposición en el Teatro Español, mayo de 2008

martes, 24 de junio de 2008

Tu reviens

Je ne crois pas au destin, ma chérie C., bien que je soupçonne que le hasard conditionne notre vie. Quand une personne disparaît de notre vie dans la jeunesse et réapparaît quarante ans après, sans s’annoncer; quand moi même ai écrit dans ces dates autour d'elle, sans savoir exactement pourquoi, le hasard finit d'irrumpir à nous. Et nous ne la méprisons pas, tout le contrarié, nous la traitons comme si elle était un nouveau-né, nous la couvrons des tulles pour qu'elle ne se refroidisse pas, pour qu'elle apprenne à vivre entre nous.

Je ne crois pas au destin, ma chérie, mais tu reviens maintenant et je tu reçu. Avec enthousiasme. Comme s'il était hier réellement. Et sans te connaître déjà, sans savoir comment tu es maintenant, sans savoir de toi depuis presque quarante ans, j'ai recommencé à m'émouvoir. Et peut-être à t'embrasser. Comme alors.

lunes, 16 de junio de 2008

Equilibrio

No soy feliz, pero tampoco soy infeliz por ello.
'The history boys'

domingo, 15 de junio de 2008

En adelante

Escapar a los paisajes que no vi, a las ciudades que nadie visita. Y pasearlos, ni contigo ni sin ti, lejos de las tristes leyes.

Respuesta

¿Enamorarse? Como cambiar de tren en una parada al azar.
'Northern exposure'

Intención

Para seguir adelante hay que desprenderse de algo.
'Northern exposure'

sábado, 14 de junio de 2008


Sucede en estos trances que la vida es un paraje en el que perdurar es difícil, puesto que los cuerpos nunca se doblegan tras el zarpazo inesperado. Y la Lógica entonces se ausenta de las estancias tan invisible como Plutón, cuando se adorna con el casco de las Cíclopes. Tan desmedida como Perséfone, encadenada en los infiernos por sustentar la jugosidad de sus labios con una granada, quebrantando el ayuno. Tan grotesca como Caronte, al cruzar las almas a través de los pantanos del Aqueronte, exigiendo su óbolo. Tan alada como Tanato, hermano del Sueño, hijo de la Noche, genio de la Muerte. Tan turbada como las Erinias, velando la incertidumbre de los mortales, distanciándose de los dioses con látigos y antorchas, domeñando las tinieblas del Érebo. Tan gélida como las aguas del río Cocito, donde fluyen los lamentos. Tan desmesurada como los Alóadas, cuyos sentidos atormentan lechuzas y serpientes, en castigo de los dioses. Tan fatal como el Éstige, cuyo cauce moldea las entrañas de la Tierra, convertido en brazo del Océano. Tan desoladora como Fames, unida a la Pobreza en el vestíbulo de los infiernos, incitando a la destrucción de nuestros cuerpos. Tan abrasada como el Flagetonte, cuyos rápidos calcinan nuestras ansias. Tan quebrantada como Leuce, eternizada como álamo blanco tras morir en el Tártaro, donde todavía hoy se brinda a Heracles desde los Campos Elíseos. Tan en carne viva como Cerbero, que embarga nuestra libertad y amedrenta los sueños.

Sucede que la Lógica detenta el intelecto y que el minotauro asalta la armonía de los juicios. Todo o tal vez completamente todo -entendedlo- ha de cambiar en el curso de los días. Nada o tal vez completamente nada -suponedlo- enmendará el futuro si el desacierto persiste; si los que pueden, no quieren.

La Lógica y la bestia

Sucede a veces que el criterio pronunciado con rigor y corrección no basta, que la razón se pervierte cuando el minotauro resurge de su oscura morada para intentar emponzoñar la inteligencia en medio de su bochornoso laberinto de desmanes, incongruencias, órdenes, dislates y barbaries. Sucede entonces que la Lógica se resguarda en el rincón más distante de la estancia, aturdida y desordenada ante el brutal ataque, debilitada por los rugidos de la bestia y por su pelo erizado -tan escaso a sus años-, por sus patas delanteras que desafían a la presa, que cortan el aire como el revuelo veloz de los brazos de un demente al recibir un tratamiento de ‘shock’.

Sucede que el minotauro atezado por el sol milimetra los movimientos de su ataque, mientras sus fauces despiden un olor putrefacto, un hedor de palabras en descomposición escupidas con zafiedad, con desprecio a la Lógica, a quien el minotauro odia porque, en su pertinaz locura, él no puede tolerar la razón de sus actos, la explicación perspicaz e ingeniosa de sus causas. Porque la bestia -la historia se repite siempre, siempre- mimetizó hace ya muchos años el alarido mefistofélico de uno de sus antepasados: ¡Muera la inteligencia!”. Y lo hizo suyo.

Cuenta la crónica escrita en el mismo campo donde, entre rugidos y afrentas, el minotauro intentó librar recientemente otra masacre descomunal, que apareció de la espesura oculto por las sombras de la tarde. Aparentó cobardía, dio muestras de cordero destetado y, en esas, eligió a su víctima: aquella que, aquel día, el tiempo y las dolencias convirtieron en más frágil, aquella entonces más sensible; pero aquella, en fin, que era su tormento. Supo al verla que sería capaz de escupir las más densas lenguas de lava, mientras un poderosísimo orgasmo mental disparaba sus neuronas para instalarse en sus ojos, ígneos como el fuego. La Lógica, como cigüeña distraída en sus almenas, ocupaba entonces los anhelos en reconstruir primorosamente su nido, el mismo que intentó aniquilar a dentelladas el minotauro tiempo antes.

La crónica que ha llegado hasta mis ojos cuenta que la bestia infernal blandió la fealdad de su rostro de izquierda a derecha, siguió escupiendo para intimidar a la presa y, tras conformar un semicírculo con sus dos patas delanteras, atacó del modo más feroz que se hubiera presenciado hasta entonces. Lanzó su desproporcionado cuerpo hacia atrás y, abducido por un descomunal odio, observó “apenas un rasguño en un muslo inmaculado”. El minotauro supo entonces de la fortaleza de la Lógica, de sus “bellos ojos enrojecidos, que no podían esconder la herida abierta”. Sulfurado hasta las entrañas, tentó un nuevo embiste. Ajustició con saña, una vez, y otra, y otra. La Lógica fue lanzada a las alturas, volteada como a un trapo, con “la femoral casi abierta”. Entonces, la bestia “decidió dejarlo por hoy”, cuenta la crónica, “no acabar con ella de momento”. El analista concluye en la advertencia: “Volverá, porque los minotauros siempre vuelven”.

Sucede a veces que aquellos que no quieren oír, prefieren ocultarse en la espesura. Sucede, como ahora, que aunque hombres y mujeres sean llevados al laberinto para ser el alimento de la bestia, no surge quien asuma el coraje de Teseo para adentrarse en la morada infernal y hacer desaparecer al minotauro. Y así la vida, pienso, se convierte en una dejación de decisiones, en un polvorín de desmanes, dislates y barbaries, mientras la creación y la inteligencia saltan por los aires. Doy por cierto, sin embargo, que el último elemento poderosamente vivo sobre el campo de batalla -pese a los ataques de la bestia- será, ha de ser, perseveraré para que sea la Lógica.

Días de gloria

No es día de color
de rosas. Ni de olvidar que guardo
entre mis brazos la vecindad de entonces:
el viso de mujeres
que rozaban mis lágrimas,
esa frágil compaña de ver bailar los ojos
cuando los ojos iban de la vida
a lo inerte,
vislumbrando a destajo algún desasosiego.
Y así, como entre líneas,
colmo de música y ginebra
y algodones de esquinas donde poner un nombre,
librar la voz de Paul Anka
de alguna oscuridad no decidida.

De lo que sí doy cuenta
es de que los días eran siempre noticia que dar,
lista de hielo de los árboles
que sajaban mi piel,
y acaso de bajar las palmeras a mis manos
hasta tocarme entero
-aunque sin convicción-
la propia dejadez de mi desnudo.

José Antonio Zambrano

jueves, 12 de junio de 2008

El minotauro ataca de nuevo

Tras unos días aparcado en el burladero, se asoma entre las sombras. Cobarde, asustado, elige a su víctima. Aquella que ese día esté más desvalida, más sensible, más insegura. Allí, al fondo, la ve, es una cigüeña distraída en sus pensamientos, ocupada por el trabajo de construcción de su nido. Mira a un lado y a otro. El minotauro se siente seguro... y cornea. Primero da un giro rápido de cuello, apenas un rasguño en un muslo inmaculado. Da un paso atrás para observar su obra. Comprueba la fortaleza de su víctima. Ve unos bellos ojos enrojecidos que no pueden esconder la herida abierta... y embiste de nuevo. Una y otra vez. Su víctima es lanzada por los aires, una ofensa tras otras, la femoral casi abierta... y el minotauro decide dejarlo por hoy, no acabar con ella de momento. Pero volverá. Porque los minotauros siempre vuelven.

Del blog http://lascosasquenoimportan.blogspot.com/

martes, 10 de junio de 2008

Portugal

En la memoria viva de Cabo Espichel, su santuario y su calima: la indescriptible tierra del fin del mundo, donde el viento embellecía a la piedra y donde supusimos que el Sol, yuxtapuesto con el mar, cantaba con nosotros el último aria de Tosca.

En los fogones medievales del monasterio de Alcobaça, acosados por los fantasmas cistercienses, entre tu dolor y mis ausencias.

En la mata do Buçaco, prendidos en acequias y riachuelos; en las once ermitas siempre a mitad del microclima; en las estancias manuelinas de palacio, junto a sus frescos y azulejos, bajo sus techos moriscos y con los versos de Sophia de Mello sobre la cama con dintel.

Nos amamos.

De aquello hace nueve años. Era septiembre.

Tú hoy me lo recuerdas, cuando yo no lo he olvidado.

Atardecer en la Residencia

Desorden de poniente en los altos del Hipódromo. Mientras me adormece la cadencia del poema leído por Trapiello, emergen los fantasmas de aquellos residentes que, en los años 20 y 30 de otro siglo, animaron estas salas. E imagino madrugadas que alentaron aquí mismo, con un aura de internado, de catacumba y de tasca, al tiempo que el brillo de los espejos reflejaba la puesta de largo de la gracia y el talento y la incipiente primavera, como ahora, traspasaba los ventanales.

Sigue el poeta leyéndose a sí mismo, y desvela enamorado la inexorable belleza contenida en los versos que dejan sin amparo a su intimidad. Un revuelo furioso de palabras torcaces se eleva por las esquinas de la sala. Queda desnuda, y en conciencia, el alma del poeta.

Habla la gente. Cierras las puertas. Nuestros pasos se alejan haciendo crujir la gravilla inestable del paseo. Entre los arbustos del jardín ya oscurecido, los gatos encelados se aman a dos voces.

[Texto de Fátima en torno a nuestro enésimo encuentro en la Residencia de Estudiantes, con Andrés Trapiello, la lluvia y los fantasmas]

Poema inconjunto

Nunca fui sino un niño que jugaba.
Fui pagano como el sol y el agua,

de una religión universal que sólo los hombres no tienen.
Fui feliz porque no pedí cosa alguna,
ni procuré hallar nada,
ni creí que hubiese más explicación
que la de que la palabra explicación carece de sentido alguno.

No desée sino estar al sol o la lluvia,
al sol cuando había sol
y a la lluvia cuando estaba lloviendo
(y nunca lo otro),
sentir calor y frío y viento,
y no ir más lejos.

Una vez amé, creí que me amarían,
pero no fui amado.
No fui amado por la única gran razón,
porque no tenía que serlo.

Me consolé volviendo al sol y la lluvia,
y sentándome otra vez a la puerta de casa.
Los campos, al fin,
no son tan verdes para los que son amados
como para los que no lo son.
Sentir es estar distraído.

Fernando Pessoa

Enclave

Por ese valle oblicuo que ni el nuevo
camino no atraviesa
ni el viejo junto al agua
de los juncos almendros
ruina de la caseta
viña que
abandonasteis id
a buscar mi razón
de estar aquí siguiendo

Aníbal Núñez

Exiguo

A veces no sabes que has cruzado una línea hasta que ya estás al otro lado. Y entonces es demasiado tarde.

lunes, 9 de junio de 2008

Un acto de amor

La tristeza no pervierte. Al menos cuando acontece como consecuencia de la manifestación de la verdad, de esa verdad imprescindible para mantener o acaso recomponer la propia honestidad ante quien merece mi deferencia, mi agradecimiento y mi afecto.

Esta verdad ha sido un acto de amor, estoy convencido. Un acto de respeto, imprescindible. Pese a que te desconcertases al oír cuanto tú habías intuido, pese a que yo quede desde ahora a expensas del viento. Con el tiempo, con las cosas, sé que estarás conforme con mi decisión. Era preciso decirla, por consideración hacia ti, por dignidad, por cercenar la duda, por limpiar las cartas de un juego confuso, hasta ahora enmarañado y sin final posible.

Por tu bien, probablemente por el mío.

Ahora, en este momento, la tristeza colma mi mente, pero al cabo y después de varios meses me acompaña un cierto, aunque extraño, sosiego. Hice lo que debía hacer, lo que sé hacer. Ya todo está limpio, sin tretas, sin dudas, sin intuiciones, sin dobleces. No fue porque, por supuesto, no podía ser.

Llega el momento, sin embargo, de vivir con la verdad. Eso no puede dañarnos. Nunca más.

sábado, 7 de junio de 2008

La paz, por fin y al cabo

Aposentado con delicadeza frente al cuaderno que en aquel año de luces recibiste en un cumplenadas, te ofreces al recuerdo sereno. Abierto, holgado, confortable con el tiempo que pasó, la memoria te posee desde los ojos al cerebro. Te hospedas en los días que la pasión creó para vosotros. Para ella, Teresa de tus primeras tardes, a quien quisiste en la quimera de un poema leído junto al fuego en Parada do Monte, tan lejos de las leyes, tan cerca de la tierra; para ella, Solange, con quien anduviste acallando el sonido de los ríos en Los Oscos para escuchar su voz narrando rutas que tú habías supuesto inaccesibles. También los días se crearon para ella -no lo olvidas-, tu hermosa Catherine, dueña de las tormentas, señora de las sendas que recorristeis, de las cabañas que os cobijaron en el sur y en el oeste de su Galia sin que apenas se uniesen vuestros cuerpos, porque amarse por la noche no fue entonces la consumación de vuestro amor, sino la complicidad de la palabra.

La palabra que esta tarde certifica cuanto fuiste y tu bienestar con el presente, aposentado ante un cuaderno colmado de notas, de memorias, de citas con su remarcada letra: “On jette un blue-jeans usé, on recolle un livre abîmé, on regarde une photo ratée et on pleure sur une fleur séchée...”.

Los días también se crearon para ti, pues a todas ellas quisiste en el viaje, pues las amaste en la larga peripecia de tres años sin retorno.

Ahora vigila la nostalgia, porque es tan desbordante como los puertos pedregosos de la Costa de la Muerte en medio del invierno. La nostalgia hace blandir las olas para que rompan con arrogancia antes de alcanzar la orilla, atrapa en arcos de espuma, enajena. Cuida la razón, amigo, y si te ofreces al recuerdo, madúralo, ábrelo a la sabiduría que has alcanzado desde los altos farallones del tiempo; no tropieces, no claudiques ante sus cantos de sirena: placeres imposibles, arrebatos comparables únicamente con cuanto fue de ti y hoy pertenece a otros cuerpos, ya no tuyos.

Tu mirada serena y profunda envejece como el papel de los libros que has leído, como aquel tratado de Ángel González que has conservado durante dos tercios de tu vida en la mesa de estudio y reflexión y ahora, porque así lo quisiste súbitamente, se extiende en otras manos o acaso permanece custodiado con ternura y empatía en la impasible opacidad de una gaveta. Saborea la paz contigo mismo y con los próximos para quienes tu carácter perdura: abierto, confortable con cuanto trazas, decides y regalas. No busques en jardines azules la verde esperanza, no la encontrarás. Ni la juventud que ya has gozado: Teresa, Solange, Catherine y cuantas llegaron después para acuñar contigo el arte y el amor. Si supones que el tiempo existe para permitirte desearlas cuando ya nada desees, procúrate primero un vaso largo, descorcha la botella y embriágate levísimamente y en silencio.

Entonces, aposentado con cariño frente al cuaderno que hace tantos años recibiste, ofrécete de nuevo al recuerdo, porque estarás habilitado para ordenar cuanto quisiste, para amar de todo aquello lo preciso, es decir, lo imprescindible. Recupera de los estantes los libros ya leídos, sumérgete en Villon, desnúdate en Pavese, abrásate con los versos de Valente o rememora con orgullo el tratado de Ángel González que poseíste tantos años. Si aciertas a sobrevivir seducido por los aguaceros de Vallejo [en París, naturalmente], concíliate contigo, exactamente así, como ahora has hecho. Y cuando el sueño te alcance, imagina que arde el mar, lo dijo Gimferrer, y también que “esta tarde existe sólo porque existes tú”.

Nubes doradas

A cualquier país que llego
no amo otro momento
que aquel de divisarlo. Nunca
pude decir dos veces bien venida
a la misma mujer.

Respetarse uno mismo.

Pensar.

Veo crecer los rosales que planté.
Destapo la última botella del último
pedido.

Miro
cómo mi vida salva cuanto hay de noble.

Por ti, oh cultura, y por todos
los que vivos o muertos me hacen compañía, bebo.

Más allá del tiempo y de mi cuerpo,
bebo. Lleno
de nuevo el vaso. Dejo
que lentamente el alcohol vaya cortando
los hilos que me unen
a esta barbarie.

Y con la última
copa, la del desprecio,
brindo por los que aman como yo.

José María Álvarez
'Museo de cera'

Escribir

"Escribir, más que transmitir un conocimiento, es acceder a un conocimiento. El acto de escribir nos permite aprehender una realidad que hasta el momento se nos presentaba de forma incompleta, velada, fugitiva o caótica. Muchas cosas las conocemos o las comprendemos sólo cuando las escribimos, Porque escribir es escrutar en nosotros mismos y en el mundo con un instrumento mucho más riguroso que el pensamiento invisible: el pensamiento gráfico, visual, reversible, implacable de los signos alfabéticos".

Julio Ramón Ribeyro
Del libro 'Prosas apátridas'

Cuando tenía 14 años, comencé a escribir. No he dejado de hacerlos desde entonces. ¿Comprendo las cosas sólo cuando las escribo? Probablemente. Lo cierto, sin embargo, es que la escritura centra la idea y, en muchas ocasiones, nos dirige hacia la luz, contrarresta el caos.

Coach

Nunca había oído hablar del 'coach' y, aún así, estoy inmerso desde hace dos días en una sesión especialmente dispuesta para convertirme en 'coaching', es decir, entrenador de decisiones, acelerador de partículas que bogan en un mar de dudas, que han de saltar y no se atreven. Yo, presunto futuro 'profesor', he recibido hoy un duro golpe: el de la verdad. El entrenamiento ha incluido el recibir en mí mismo una sesión de 'coach': análisis del problema expuesto, objetivos, decisiones, consecuencias... A corazón abierto, a cerebro partido, ha resultado trágico.

Escuchar la realidad de uno mismo por boca de otro -experto, pero otro-, es una experiencia peligrosa para quien, como yo, ha puesto un alto parapeto ante los anhelos arriesgados. Dramática. Hubiera preferido un psicoanálisis. No me siento aliviado.

Pero la situación está ahí, más ahí que antes, más clara. Y las disfunciones también. Y los temores. Y la situación corrompida. Injusta. Deshonesta. Qué desazón escucharlo en boca de otro.

domingo, 1 de junio de 2008

Un tiempo irrepetible

A dónde iréis. En qué lugar recogerán vuestros esfuerzos, devorados por el rojo pompeyano y el laurel. Qué nuevo país será amparo de desengaños, descanso a vuestras manos cruzadas por lo incierto. En dónde crecerá vuestra memoria del pretérito. Confundida la libertad, derivado el amor hacia la carencia, será remoto este lugar en que exististeis creciendo hacia la gloria. Dónde deponer la tiranía que amordaza vuestros prados, vuestros juicios: tren de la emoción asaltado por el minotauro; vuestra inteligencia, recinto inexpugnable a sortilegios que hoy surge sonora ante la historia.
Engañada la libertad en la contienda, dónde conducir el ingenio, en qué destino culminar los esplendores de un abrazo rescatado, la ternura de los ritos en los cauces, el concilio de cigüeñas sobrevolando a la piedra desde el cielo brumoso del crepúsculo.
No es posible sobrevivir en el naufragio, exculpar la desmesura, declinar el parapeto de la herida en tránsito a un incierto país de turbulencias en el que nunca habrán de ser vuestros rostros alud de soledades, vuestros labios comisura de silencio a los presagios, vuestros ojos mil arcos de calvarios y el pequeño hogar donde zozobréis, avaricia del recuerdo, pero nunca desdeñado.
A dónde iréis, aceptada la pérdida, prendida la luz que desveló la evidencia de la marcha, qué país recordará en adelante las celosías donde hurtasteis al enemigo sus desmanes, en penumbra de astucias templadas a nuestra hermandad en las estancias. Cómo describir el quebranto, sentir la presencia de la libertad en el eco de lo híbrido, en la tibieza de una geografía sin rebozo, en la indignidad del exilio, en el simulacro de amor sobre el que ahora vuestros cuerpos se derraman.
A dónde irán vuestros abrazos devorados por la nostalgia, las máscaras recíprocas que esconden las cenizas del pasado. Desconcertada libertad, calvario de distancias, morada de naufragios, recinto inaccesible a sortilegios.
Hubo un tiempo en que creísteis en el propósito y la belleza entonces creció en vuestro cuerpo. Os mezclasteis con el reflejo sedentario de los frontis, con la virginidad de las candilejas que sumergían sus luces en la piedra, con el sonido de los dramas que, a la orilla del vergel, destinaban su tiempo a cubrir gradas y orquestas. Fueron vuestras las gracias, pero efímeras, pues un minotauro atezado por el sol persuadió al destino contra vuestra imaginación, precipitó la lluvia de fuego sobre lo diáfano, exhortó al maligno contra vuestros actos, provocó a los idiomas, los torrentes, las fronteras y el exilio. Acallando a los regatos, osó instaurar la monocromía en vuestra mirada, esterilizó los bieldos, los trigales, el pan ácimo y la quietud del sueño.
A dónde iréis desarraigados por su vileza, qué país será llanura a vuestras ansias, desvelo a vuestro aliento, reaparición de la libertad. Viviréis en adelante sin teúrgias, impulsados por los dioses a la inconsistencia de otros diezmos. Pues sentiréis imprescindible la partida hacia otros crepúsculos, saldrán de vuestros labios las palabras precisas para herir al silencio y alumbrar al tiempo, como si nunca hubierais estado aquí, como si vuestros nombres justificaran la historia aún no escrita.
Pero ahora exhumáis la emoción, único viaje que resiste a su vesania. Último consuelo que, a modo de ofrenda, percibís esta noche en que os condenan al éxodo. Será preciso ensalzar vuestros rostros allí donde nadie conozca los idiomas, donde gastéis láudano para extraviar vuestro sueño en otras olas, donde disipéis los escarpes de un espacio lancinante. Porque vosotros hicisteis posible la aventura en un tiempo irrepetible.