Siempre aproximo la madrugada a mi poesía, es una costumbre indeleble. Si la noche es fría, la pena se coagula; si calurosa, se aplaca el brío. Fumo con exceso cuando escribo, expulso humo y problemas por la boca que estorban al normal funcionamiento del organismo [ambos]. Consiste en lograr el suficiente grado de apatía para decir: al diablo con las conjeturas, no más introversiones con la almohada. Aunque, al cabo, comprendo que esto de vivir es difícil, considerablemente más difícil de lo que, en mala hora, me machacó la catequesis. Y asumirlo en cada madrugada, cuando escribo, cuando surgen de la pluma las verdades bárbaras.
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