Me deleito en paz con un cuerpo que desconozco, y le hablo como a una flor dispersa, como a estrella polar, como a gaviotas. Bajo su cuerpo, su nombre, que no me pertenece, pero he adoptado su sombra. Observo la oscuridad lloviendo océanos, y no la quiero, pero la poseo ahora, en esta primera cita, extranjera azul, extranjera.
Este país no es mi país, huyo del derrumbe sin comprender nada. Mi deseo es seguir tan sólo esta noche junto a su cuerpo [esta tragedia de existir no es nuestra tragedia]. En silencio, cubro su vientre con las hojas de mis manos ansiosas y me deleito en paz, vacío de promesas, como premonición de la lluvia, sin hacer preguntas y sin jurar silencio: anónimo, emigrante, pertrechado.
Pues que sólo quedan las palabras, consumo el deseo. Envuelvo su destino en mis brazos, su pulso acelerado. Necesito su rostro, su beso asilvestrado, su piel acompasada por las cítaras, su cintura de violín arqueándose en nuestra danza como suave bosanova, armoniosa, interminable. Nada restará de esta noche si no profetizo, nada dolerá al evocarla si no hablo, pues sólo quedan, duelen, arañan, torturan las palabras.
Nunca la negaré, aunque silencien mi canto, aunque corten mi vuelo; nunca la negaré si mi lengua soporta la tortura, efímera presencia. Extranjera que nada dice, sino su pelo, sus uñas en mi carne, no solamente el mar entre mis pies.
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