domingo, 20 de julio de 2008


Tiempo de lo falso al filo de los labios, tiempo de un mal sueño: la palabra dicha, la mirada confusa, el deseo presentido, el amor trasnochado, todo ha pasado por él como atraviesa el aire la gaviota, desde el cielo hasta el mar, en picado, con un vuelo progresivo que, al cabo, choca súbitamente con el agua. Y ahora [acompasado de nuevo a su bonhomía, recuperado] él se pregunta por qué la presuntuosa liviandad descompuso sus formas, qué estúpido frenesí trastocó su inteligencia de hombre adulto para ofuscarse en un anhelo temporal [tan reprobable, innecesario] con lo que nunca pudo ser, con lo que nunca ha sido, con lo que hoy ya no siente, porque el tiempo reconduce los caminos y acomoda las pasiones, al menos cuantas desbocadas cruzan sin destino las llanuras de su edad.

Ahora asume la razón de los actos cometidos, la explicación de sus persistencias cotidianas, la intromisión de su escritura en los aspectos más delebles de aquella a quien, ebrio de un arrebato extemporáneo y tardío, provocó la desazón y el desorden [perdón]. Hoy, cuando al fin el hombre regresa a su morada habitual y se reencuentra con su sombra sobre la mesa de trabajo, pone el lógico punto final a un libro nunca escrito, redacta minuciosamente un epílogo sin letras y después, conforme consigo mismo, rehabilitado, lo expande por los rincones de su casa. Hasta aquí la ventolera. Por fin y por principios.

Apenas sin querer y cuando tenía cubiertas casi todas las etapas de su vida, él volvió a cometer los mismos desaciertos que a los treinta años, aunque sin aceptar que entonces la pasión era posible y ahora sólo ha resultado una mirada al calidoscopio desconchado por el tiempo. Quizás porque la luz primaveral le devolvió una imagen aparentemente olvidada, un perfume, un color, un vestido para las tardes de ceremonias exactamente iguales que entonces. Y en ese estado fue necesario un solo instante para zozobrar en la melodía de otro nombre, en el concierto de otro sueño que [ahora lo comprende] nunca llegó a ser más que deseo, y exigiendo mucho esfuerzo.

Concluida la sinrazón de la mirada y la esperanza, vuelve a los antiguos ritos, con la pluma y la tinta azul, con la fotografía distinta, pero en lugar semejante. Y la palabra justa se recompone en su memoria exactamente donde antes. Y el añejo abrazo a cuantos quiere y le quieren regresa a semejante actitud. Nada o tal vez completamente todo [entendedlo] ha cambiado en su morada de rituales donde descansa el pasado y se conforma el futuro con el horizonte ofrecido de nuevo a su mismidad, estrictamente suya, intransferible.

Hoy, desprendido ya de tan brusca obstinación, se acoge a su entrañable soledad en claroscuro, y se apacigua. Todo pasó, todo acabó como era justo que lo hiciera, sin un principio: esquinas de la nada. Vuelve a ser él en la luz de la mañana, en los sueños de aguaceros, en las jornadas de trabajos compartidos, en las noches de jardín y bambalinas. Y comprende que a su edad el tiempo recompone los estadios de la mente con mayor lentitud que a los cuarenta, pero concluida esa labor, almacena la experiencia y la protege de intrusiones.

Al fin y al cabo, las cosas son como son y por siempre. Fue inútil su pretensión de mantener encendidos los anhelos en la niebla de la noche. El tiempo no se ha hecho para que recuerde lo imposible ni para guardar silencio tras la guerra conscientemente olvidada. Porque la vida no es como la vestimos con nuestra mirada.

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