martes, 10 de junio de 2008

Portugal

En la memoria viva de Cabo Espichel, su santuario y su calima: la indescriptible tierra del fin del mundo, donde el viento embellecía a la piedra y donde supusimos que el Sol, yuxtapuesto con el mar, cantaba con nosotros el último aria de Tosca.

En los fogones medievales del monasterio de Alcobaça, acosados por los fantasmas cistercienses, entre tu dolor y mis ausencias.

En la mata do Buçaco, prendidos en acequias y riachuelos; en las once ermitas siempre a mitad del microclima; en las estancias manuelinas de palacio, junto a sus frescos y azulejos, bajo sus techos moriscos y con los versos de Sophia de Mello sobre la cama con dintel.

Nos amamos.

De aquello hace nueve años. Era septiembre.

Tú hoy me lo recuerdas, cuando yo no lo he olvidado.

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