martes, 20 de mayo de 2008

Escena en claroscuro

La memoria se abisma en el descuido del verso, en el enjambre de milagros que fluyen del hacedor de palabras. Algo tan improcendente como volver cada noche a la habitación pignorada y sonreír a mi perra que ahora agita la cortina buscando una salida hacia su hogar, y mirar a sus ojos para conocer su pregunta: “¿Dónde estamos? No es ésta mi cama, no son éstas mis sábanas”. Algo tan inapropiado como eludir la respuesta y atusar su lomo entre los brazos para fingir el exilio que desvelan nuestros actos. Y la memoria se abisma en el descuido.
Definir lo incierto, Jara, es emplear las palabras de forma inadecuada, pues lo que el hombre sabe nunca termina de escribirse y de lo que desconoce alguien siempre inoportuno se anticipa a la búsqueda. Dar razón al instante que ahora se posa en su hocico es tanto como desvariar súbitamente ante el despropósito de la escena. Definir lo incierto, terco empeño para esta perra extraviada en el perfil de la cama, insomne, en correcto amasijo con la almohada. Su extrañeza se suma al ámbito de lo no deseado: “¿Dónde estamos tú y yo?”. “Imprescindiblemente aquí, Jara, aunque la caricia te enajene”. Aquí, es decir, en ningún sitio.

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