sábado, 17 de mayo de 2008

Tú, mi fruto prohibido

Pues “que no hay sin ti el vivir para qué sea” [Garcilaso de la Vega], calma la tormenta de los nombres que habitan entre tus sienes, prisioneros. Y vuelve a tu sonrisa, a tus lisonjas, a la refracción de tus dedos sobre el agua; aunque la memoria elija sus descuidos, vuelve hacia ti, permanece. Pues volver es lo diáfano, el vástago de luz, la heredad del consuelo, escorzo de la luz rasgando el ventanal donde converge el pacto con tu entorno.
Imagino cuánto amas lo diáfano en tus manos, imagino cuánto gozas con los paisajes y avenidas que la historia justifica. La hojarasca en otoño, los regalos de luz que ofrece la luciérnaga. Las sendas de buganvillas cuando cruza la suave lluvia y se extravían las normas, cuando se anegan calendarios y cierran invernáculos para que nada permanezca en la carencia. Tú que detestas el olvido, la estabilidad y la certeza, percibe tu ternura, mi fruto prohibido.

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