lunes, 19 de mayo de 2008

Ligero de equipaje

No es ésta mi ciudad. No es éste mi paisaje. Mi ciudad está en otro ámbito, en la trompa del Nilo cercano a Jartún o bajo la frondosa delicia de un seringa en la selva de Manaos. O extraviado en los Oscos, que siempre estarán allí, mis bosques y sus torrenteras, en donde fui dichoso, cuando el cielo era cielo, cuando el niño era niño y las manzanas y el pan le bastaban.
He tomado muchos caminos, morado muchos hogares, trillado varios oficios, ascendido a muchos países en los últimos veinte años. Pero no he logrado hacerme con la suerte del clochard ni la libertad del apátrida. Y hoy, ahora en que escribo, aposentado en este nuevo hogar al que he trasladado mis reducidos recuerdos, acepto una vez más que no es éste mi paisaje. La vida no es un largo río tranquilo. No debe serlo. Pese a tantos años recorridos hasta aquí, pese a tanta necesidad de salir definitivamente de allí, cuanto he conocido en esta ciudad desbarata mi inquietud, me acomoda, y eso me asusta.
De cuantos trabajos tuve, éste que ahora me utiliza habría de ser suficiente. La cultura, mi ámbito; la historia, mi afección; el teatro, un parapeto. Y no. Seis años después tengo la sospecha de que esta etapa ha de acabar. Pudo ser, pero probablemente ya nunca será. Los nombres propios, sus actos, sus perversiones, imposibilitan el reencuentro. Sólo el cariño por unos pocos y el mucho amor me mantienen en vigilia. Lo sé, llegará un día en que no resulte suficiente. Y escapar a los paisajes que no vi, a las ciudades que nadie visita. Y pasearlos, ni contigo ni sin ti, lejos de las tristes leyes.

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