A dónde iréis. En qué lugar recogerán vuestros esfuerzos, devorados por el rojo pompeyano y el laurel. Qué nuevo país será amparo de desengaños, descanso a vuestras manos cruzadas por lo incierto. En dónde crecerá vuestra memoria del pretérito. Confundida la libertad, derivado el amor hacia la carencia, será remoto este lugar en que exististeis creciendo hacia la gloria. Dónde deponer la tiranía que amordaza vuestros prados, vuestros juicios: tren de la emoción asaltado por el minotauro; vuestra inteligencia, recinto inexpugnable a sortilegios que hoy surge sonora ante la historia.
Engañada la libertad en la contienda, dónde conducir el ingenio, en qué destino culminar los esplendores de un abrazo rescatado, la ternura de los ritos en los cauces, el concilio de cigüeñas sobrevolando a la piedra desde el cielo brumoso del crepúsculo.
No es posible sobrevivir en el naufragio, exculpar la desmesura, declinar el parapeto de la herida en tránsito a un incierto país de turbulencias en el que nunca habrán de ser vuestros rostros alud de soledades, vuestros labios comisura de silencio a los presagios, vuestros ojos mil arcos de calvarios y el pequeño hogar donde zozobréis, avaricia del recuerdo, pero nunca desdeñado.
A dónde iréis, aceptada la pérdida, prendida la luz que desveló la evidencia de la marcha, qué país recordará en adelante las celosías donde hurtasteis al enemigo sus desmanes, en penumbra de astucias templadas a nuestra hermandad en las estancias. Cómo describir el quebranto, sentir la presencia de la libertad en el eco de lo híbrido, en la tibieza de una geografía sin rebozo, en la indignidad del exilio, en el simulacro de amor sobre el que ahora vuestros cuerpos se derraman.
A dónde irán vuestros abrazos devorados por la nostalgia, las máscaras recíprocas que esconden las cenizas del pasado. Desconcertada libertad, calvario de distancias, morada de naufragios, recinto inaccesible a sortilegios.
Hubo un tiempo en que creísteis en el propósito y la belleza entonces creció en vuestro cuerpo. Os mezclasteis con el reflejo sedentario de los frontis, con la virginidad de las candilejas que sumergían sus luces en la piedra, con el sonido de los dramas que, a la orilla del vergel, destinaban su tiempo a cubrir gradas y orquestas. Fueron vuestras las gracias, pero efímeras, pues un minotauro atezado por el sol persuadió al destino contra vuestra imaginación, precipitó la lluvia de fuego sobre lo diáfano, exhortó al maligno contra vuestros actos, provocó a los idiomas, los torrentes, las fronteras y el exilio. Acallando a los regatos, osó instaurar la monocromía en vuestra mirada, esterilizó los bieldos, los trigales, el pan ácimo y la quietud del sueño.
A dónde iréis desarraigados por su vileza, qué país será llanura a vuestras ansias, desvelo a vuestro aliento, reaparición de la libertad. Viviréis en adelante sin teúrgias, impulsados por los dioses a la inconsistencia de otros diezmos. Pues sentiréis imprescindible la partida hacia otros crepúsculos, saldrán de vuestros labios las palabras precisas para herir al silencio y alumbrar al tiempo, como si nunca hubierais estado aquí, como si vuestros nombres justificaran la historia aún no escrita.
Pero ahora exhumáis la emoción, único viaje que resiste a su vesania. Último consuelo que, a modo de ofrenda, percibís esta noche en que os condenan al éxodo. Será preciso ensalzar vuestros rostros allí donde nadie conozca los idiomas, donde gastéis láudano para extraviar vuestro sueño en otras olas, donde disipéis los escarpes de un espacio lancinante. Porque vosotros hicisteis posible la aventura en un tiempo irrepetible.
2 comentarios:
El "minotauro atezado por el sol" cornea, se envilece, cuando siente los chiqueros y la oscuridad amenazante.
El minotauro forma parte del espectáculo, su figura existe porque la alimentamos día a día, para que el anfiteatro luzca espléndido en la fiesta, porque ni siquiera en los gestos íntimos somos capaces de cambiar el rumbo, la vanidad y el pavoneo, la emoción.
El minotauro ha de andar suelto por el ruedo, es preciso olvidar su insistencia y refugiarse en la humildad de ser corderos atrincherados en el pesebre.
Y balar insistentemente hasta convertir la monotonía en cantos de sirena.
Que la lidia corresponde a otros maestros, a los que están en el ruedo, a los que buscan el espectáculo.
Molinodelasideas, te conozco, pero no te reconozco. Escribes porque sabes y sabes lo que escribes. Y sin embargo yo no sé quién eres. Ni siquiera localizo tu blog para darte respuesta.
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